Hacia cinco minutos que habían llegado a Godville y no le gustaba. Ni sus calles atestadas de gente, ni sus edificios de mármol blanco, ni, por supuesto, aquellos ostentosos y ridículos templos de oro.
- No tengo inconveniente en ser el que haga el trabajo sucio, Vay. Pero sabes que yo haré el papel mucho mejor.
Iya Vayrien miró a su sonriente acompañante con la misma expresión vacia que reflejaban las estatuas blancas de la avenida en la que se encontraban.
- Sé que se me da mejor matar dioses que servirles. – respondió la guerrera con tono casual.
La sonrisa eterna de Odael nunca se apagaba, pero tililó unos instantes como la llama de una vela ante un súbito golpe de aire.